viernes, 20 de junio de 2014

Capítulo 8 "Mi padre, la meta y el arquero de España, no, el rey no, el arquero ¡Basta con lo del rey!"

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Pues sí, lograr la meta es depresión, a mi me lo enseñó mi padre y yo le creo porque es mi padre. ¿O por qué piensa que estoy sentada frente al papelito en dónde anoté el celular de Jesús Quintero y no lo llamo? ¿Se cree que soy tonta? ¡No, señor! Es porque le creo a mi padre y cuando una le cree a su padre eso se convierte en palabra santa. ¿Para usted acaso no es el Betis importante aunque sabe que los dos tíos abuelos de la reina Letizia han jugado en él y Letizia y su sobriedad le parecen un manejo estúpido para que la gente crea que son austeros? ¿Y qué tienen que ver los tíos con el Betis, la meta y Letizia? ¡No importa, vieja preguntona, tenía que incluir algo sobre la coronación!

Y volviendo al tema, usted cree que el Betis es importante porque se lo dijo su padre y con el fútbol pasa algo parecido, si no explíqueme por qué el pobre arquero de España siente ganas de morirse ante una esfera que atraviesa cinco veces cierta raya. ¡Llamalo! Me interrumpía mi amiga María José a quién le debo unas cuantas. ¿Pero es que no escuchas el importante discurso que estoy diciendo ahora mismo a los lectores sobre la meta, María José? Lograr la me-- ¡¡¡Llama a Quintero AHORA, no seas cobarde!!! (Tener amigos es importante, apunten). 
Claro, se suponía que el señor Quintero debía ser una meta imposible, pero... dicen por ahí que caminando se llega a Sevilla, que el que busca encuentra, donde menos se piensa salta la liebre y al que madruga dios lo ayuda. La liebre fue una periodista conocida de Quintero que me pasó su teléfono celular; la que madrugó fue María José y efectivamente el madrugón la ayudó porque llamó al bendito teléfono y creemos que lo despertó. ¡LO DESPERTÓ! Soy la agente de la escritora Marina Filoc, le dijo (apunte, por unos minutos fui alguien con agente). Luego Coto Matamoros me confirmó: nueve de la mañana no era un buen horario para llamar al loco o sí porque lo agarramos dormido y nos atendió el teléfono.

Loco Bentley
Así que, señoras y señores, esta crónica nos pilla habiendo hablado con Jesús, sabiendo los horarios de su siesta, conectada con algunos de sus amigos… Sólo me falta saber cómo de salado le gusta el guiso, pedirle prestado el Bentley para ir a pilates, gritarle desde la planta alta de la casa con la tintura a medio hacer que vaya a comprar fruta al mercado porque el que se comió la última mandarina fue él. ¡Y el baño, loco! ¡De nuevo no secaste el baño! ¿Es que acaso tengo que ocuparme yo de todo? Ahí en lugar de silencio me responde que me vaya al carajo, yo agarro mis petates y me vuelvo a Buenos Aires porque no sólo era un desordenado y se comía toda la fruta (le contaría luego a mi madre) sino que además repetía las mismas frases en cada conversación! ¡Harta con lo del colesterol y la mitad del mundo que se muere de hambre! ¡Harta del chiste de su amigo que por la mañana no hace ná y por la tarde lo pasa en limpio! ¿Y todo lo que yo había imaginado desde mi porteña ciudad? ¿Y el idilio? ¿Y la novela de la porteña y su frondosa imaginación? Qué decepción, que ironía, que calamidad (decía el tango). ¿No? Y así es la cosa: el ideal, la palabra santa, aquello de lo que uno se enamora es de lo que imagina y luego, la realidad... Como (no) dice el Nano: siempre es triste la verdad pero ahora tiene remedio: ¡Prozac! (Sigue en el siguiente, pica acá y va)
Continuará...


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