jueves, 7 de diciembre de 2023

CAPÍTULO 559 "Pensante y angustiada"

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Sentada en la desgarbada silla se quedó pensante y angustiada. Jugaba con el teléfono en la mano, lo miraba sin verlo, a la espera de que una solución al entuerto emergiera del deleznable aparato. Probaba estilos de pensamiento para pasar el rato. Unos para quienes preferían sus divagues existencialistas a secas, sin relato, sin telenovela ni acción, al estilo de las columnas de los diarios, que explayan sobre un tema y listo, sin personajes ni nada. Probaba también lo otro. El relato con historia. Pensamientos más cordiales para quienes esperan lo lógico y continuo. Personajes que llegan, hacen, pelean, se enamoran etc. Nunca iba a poder. Contentar a todos. Por eso terminaba siempre haciendo, escribiendo lo que se le daba la gana. 

No podían volver al hogar, había dictaminado la dueña hacía ya más de una hora, porque el protocolo de la ciudad exigía la PCR, y el médico de guardia no se la quería hacer, porque no se justificaba, por las pocas horas que habían estado, porque era "zona limpia", porque la vieja no tenía síntomas, no se justificaba. ¿Y entonces qué hago con ella? Hay preguntas que no sirven para nada, esta era una de ellas, porque no había obtenido respuesta ninguna de ninguna de las partes. Mientras tanto la vieja dormitaba en la camilla, con las manitos de almohada, ajena a todo lo que pasaba, a la guerra de Oriente Medio, al mundo cruento y al hisopado del que dependían sus magras existencias en ese momento. 

Caminó ya sin el ánimus dentro hasta la puerta que daba al jardín. Oscurecía. La concurrencia si antes era poca ahora era poquísima. Y entonces lo vio. A lo lejos. Parado en una de las callecitas hablando con dos de blanco. El médico diferente. Tuvo el impulso de correr hacia él y se preguntó porqué, si ni lo conocía. Se quedó mirando la escena. El tipo hablaba con ademanes apasionados mientras los otros dos lo escuchaban, atónitos. ¿Qué les estaría diciendo? Alguien más se acercó a la escena. Le comentó algo. El diferente escuchó, atento. Asintió y siguió con su explicación. Dudó. Porqué qué le iba a decir, primero, y dudó porque porqué tanta atracción por el tipo ese. Nada llamativo tenía, salvo su manera de explicar las cuestiones, sus movimientos, su manera de mirar, uffff... ¿Era amor a segunda vista en medio de la tragedia? Porque ya lo había visto antes, y ya le había atraído, no tanto como en ese momento, no podía dejar de mirarlo. ¿El amor venía a rescatarla, al menos por ese rato, de las que le estaba tocando pasar? ¿Era el inconsciente ávido de una tablita en medio del remolino?

El cuerpo solo se acercó hacia él, sin consultar a su cabeza se quedó a unos pasos, en actitud difusa. No se atrevía claramente a ponerse en esperes, que se diera cuenta pasionario de que quería hablarle, pero tampoco tan lejos como para que no la registraran. Los tres hicieron un alto y la miraron, inquisitivos. Ella miró el piso, no quería interrumpirlos pero era ese el momento de explicarle, de pedirle unos minutos cuando terminara, si podía. Sí logró verlo de cerca. Tendría sesenta años, algunos más, y ojos verdegrises, que combinados con el pelo cano le quedaban divinos. Estás buscando al padre, como solés, se recriminó mientras no se movía de donde estaba. Déjate de joder con esto que tu papá está vivo y te quiere mucho. Él terminó con los dos señores de blanco y la miró un segundo, de retirada. Entonces ella lo siguió, a lo Casablanca, le tocó el hombro y el dio un respingo antes de darse vuelta, y sí, era amor a segunda vista, sin dudas....

Continuará...


domingo, 24 de septiembre de 2023

Capítulo 558 "No lo sabía" (Tercera)

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No lo sabía, no. Si ese médico especialista apareció en su vida porque, como con Campanella, decidió poner su imagen en el blog a ver qué sucedía y ocurrió el hechizo: al tipo se le dio por incorporarse a la historia (siempre tentando a los sucederes, a ver qué se les ocurría a ellos). No sabía si esa era la causa de la aparición del médico particular o bien había aparecido por una necesidad inconsciente y verdadera de ser rescatada del sistema idiota. Ella y su madre. Ambas capturadas, como el resto del planeta, por esta lunática cuestión de la pandemia, que no lo era, ella ya lo sabía hacía meses, desde el comienzo, pero no tenía pruebas ni podía decir porqué. Intuición, claro, eso que a la gente se le suele escapar, sobre todo a la científica. Pero este médico era diferente, aunque no médico sino biólogo, o infectólogo, o epidemiólogo, o algo por el estilo. Lo había estado observando en el pasillo mientras charlaba con otros profesionales de la salud. Él si parecía ver el todo e intentaba explicar al resto, que un poco a eso se dedicaba (supo después), a explicar al resto en base a su conocimiento y experiencia de años y años de hospital y qué sé yo cuántas otras cuestiones. 

Así estaban las dos. Eran ya pasadas las seis de la tarde. Capturadas en el Tornú desde temprano por la mañana a causa de los desmayos de la vieja. No salía con su madre desde hacía seis meses. Recordó que a veces se quejaba de tener que ir todos los sábados y algún día en la semana a visitarla al hogar, ahora no dejaba de caerse alguna lágrima cuando recordaba sus salidas al barcito de la vuelta. Igual se sintió bendecida porque la permitieron acompañarla en la ambulancia y estar con ella asistiéndola. Si no, posiblemente su madre ya sería vieja muerta, como muchos otros abuelos que habían sido trasladados a hospitales y clínicas por una prueba positivo en la más absoluta soledad, sin nadie que los contuviera, que no les permitiera levantarse de la cama y caerse, que les alcanzara el agua o la comida o la correcta medicación. Esos abuelitos habían fallecido de la peor de las maneras. Conocía de primera mano a una mujer a la que le mataron a la madre porque equivocaron las historias clínicas. Y a otra a la que le trasladaron a la madre por una deshidratación, no la dejaron acompañarla. La tuvieron atada en terapia, tenía demencia, atada a una camilla hasta que se pescó una neumonía ahí mismo y falleció a la semana. No pudo ni despedirla. Pero todos morían por CoVid...

Muerta de hambre seguía esperando al médico que tenía que darles los resultados de los análisis, impaciente, ansiosa, exhausta, sentada junto a su madre que seguía dormitando sobre la camilla. Respiraba, sí, a cada rato chequeaba eso, tanto miedo tenía de que le pasara algo a la vieja. Le controlaba el suerito, que no estuviera tirante el cablecito por el que pasaba la solución fisiológica. Por un lado el karma, el peso muerto de la historia, de su historia. Tener que hacerse cargo ahora ella de todo lo que le pasaba a la vieja, de sus pagos y cobros y remedios y locuras. Pero por otro lado lo otro. Lo indefinible que une a una hija con su madre, con la cual se lleva como el culo pero la une al fin. Amor contradictorio e insondable, angustioso. Adictivo. Bastaba le sonara el teléfono, mensaje del hogar, para que su corazón saltara. Y ni hablar si le pedían un paracetamol o un enema. ¡Corriendo salía a comprarlo a ver si todavía se le moría con el estómago colapsado o algo! No tenía paz. Desde hacía tres años no la tenía y ahora con este nuevo despelote... En realidad no la había tenido nunca. Ni en el jardín. Entonces temía que a sus padres inexpertos les pasara algo y quedara ella desamparada para toda la vida, teniendo que vivir con tíos déspotas o extraños abuelos no tan sensibles como sus dos botarates progenitores. Y en la primaria lo mismo. Dependiente de una sola amiguita, cuando la cambiaron a la escuela de monjas a la otra, se quedó más sola que un hongo. Y los otros alumnos que la trataban como tonta porque no hablaba mucho... Y la secundaria peor.

Se escucharon voces a lo lejos. Se iban acercando poco a poco por el pasillo iluminado de blanco parpadeante. Su madre despegó un ojo y volvió a cerrarlo. Claramente estaba a donde más le gustaba estar, en Oniria, soñando. Lejos de toda esta chifladura, dolores del cuerpo y del alma. Si se pudiera vivir durmiendo otra sería la historia. Se asomó por la puerta del gabinete y ahí estaban las estrellas del show. El médico a cargo, o eso esperaba, que tenía rasgos orientales bajo su barbijo, junto con otra médica y una enfermera que en el camino desvió y desapareció por un pasillo. Del otro médico, del médico biólogo sensible no quedaban ni rastros. Se angustió. ¿Y ahora cómo hacía para dar con él? Pensó en ir a correr a los doctores del pasillo pero no se movió. Ni fuerzas tenía ya para ir a acosarlos y que se les escaparan con excusas ininteligibles. Se detuvieron en medio del pasillo, frente al mostrador del pelotudo que le recibía los análisis. Hablaron un poco más entre ellos y caminaron hacia su gabinete, directo a donde estaba ella, que no lo podía creer. ¿Era posible que vinieran a atenderla sin que tuviera que llorar o gritar o golpear las paredes con una silla? Si. Se acercaron y empezaron a explicarle la situación que les esperaba. Mientras los escuchaba recordó esa frase tortuosa: antes de todo esto éramos felices pero no lo sabíamos. Y aquella otra: siempre, y no le quepa la menor duda, siempre se puede estar peor. 

Continuará...

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sábado, 11 de junio de 2022

CAPÍTULO 557 "DESAMPARADO PARADERO"

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Antes de que el tipo se retirara del todo expulsé lo que tenía atrancado en la garganta. Siempre preferí enfrentar el miedo a quedarme dando vueltas alrededor de él, no por valiente, no, de ninguna manera, más que nada porque no soporto la incertidumbre, y soy catastrófica, todo saldrá del peor modo, y terminará aún peor. Entonces, aunque quite mérito confesarlo, aunque no pueda alardear de estoica, avanzo hacia el objetivo, hacia la causa del temor sólo para aliviar la ansiedad, y que sea lo que dios quiera. Así, termine como termine la cosa, en algún momento puedo dormir tranquila. Pasó lo peor, salió de la más horrorosa de las maneras, que bien, buenas noches.

Expulsé la pregunta que me descascaraba el cerebelo, con la angustia cegándome la razón, le consulté al muchacho del mostrador acerca del hisopado. Le expliqué en pocas palabras que para volver al lugar en donde vivía mi madre me pedían uno negativo, al hogar, aclaré, ella vive en un hogar y el gobierno lo exige. Sin detenerse y sin mirarme indicó que se lo comentara luego al doctor. Bien apático el chico, ignorando el tono panicoso con el que le hablé, desconociendo la existencia de algo llamado empatía y si hay algo que escasea en estos tiempos de batata es la vocación, el entusiasmo, la pasión, si se quiere, por lo que se hace, por lo que se elige hacer en la vida, con la vida, con la vida de uno... Como si alguien nos obligara a hacer lo que no queremos, a estudiar años largos, a dar exámenes dificilísimos para luego, al recibirnos, hacer el trabajo como el culo, sin ganas, y odiar a todo el mundo porque me equivoqué al elegir. O quizá al nacer, vaya una a saber. Yo no tengo la culpa de que te paguen mal, pelotudo.

Había que esperar a dios, al médico que quien sabe cuántas horas demoraba en dejarse ver. La Vieja seguía dormida, o dormitada, con sus dos manos haciendo de almohada, los ojos cerrados y la panza llena. El suero seguía goteando a buen ritmo. Y quizá el muchacho pensara lo mismo de mi: qué poca empatía esta boluda, se cree que es la única que necesita un médico, en esta época de tanta muerte y microorganismo volando por los aires. Me mira con cara de culo y yo acá soy un pinche, no hay nada que pueda hacer para agilizar este sistema de mierda, el presupuesto en salud que cada vez en menor, los insumos que no nos alcanzan... Nada puedo hacer para que los médicos en lugar de estar pelotudeando en la sala del café hagan lo que tienen que hacer… Por lo que les pagan… Ni la vocación logra mantenerse en pie.

Fui y vine unas quinientas veces al gabinete de al lado y ahí me tiraba, en la cama blanca y vacía, para recuperar la presión arterial, el ánima, la paciencia. Llegó un momento en el que dejó de importarme si se quitaba el suero, si caía, si se arrancaba una oreja, porque no podía más. Las enfermeras que debieran ayudar sentenciaban que si yo era la familiar tenía que vigilar a cada segundo que no le pasara nada. ¿Y si la hacían quedar y me echaban? ¿Cómo iba a ser la cuestión? Al rato una amiga con la que hube de hablar unos pocos mensajes me explicó que a su madre, en una situación similar, la habían atado a la cama. Temblé. Supliqué que no la hicieran quedar. Que el hisopo se lo hicieran pronto y pudiera volver sana y salva a su hogar dulce hogar. Y yo al mío, que moríamos las dos juntitas. Volví a sentarme junto a ella, con una angustia atroz, porque sentía que su bienestar, más bien su supervivencia dependía en este momento de mi carácter, de mi capacidad para imponerme ante los médicos, etc. A lo lejos pude escuchar voces, dos, una masculina y otra femenina, acercándose hacia nuestro paradero desamparado e impoluto.
Continuará... (Si no morimos de viruela de mono o de hepatitis infantil o de caída de la bolsa estrepitosa o d



sábado, 26 de febrero de 2022

CAPÍTULO 556 "DEMASIADO PRONTO PARA LÁGRIMAS"

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La Vieja terminó de comer y estiró el brazo para que le recibiera la bandejita vacía. Con suerte ahora haría la siesta y por un rato no iba a tener que vigilar que no se quitara el suero. O los aros. O intentara bajarse de la camilla con baranda enclenque que nos había tocado. Dicho y hecho. Se recostó de nuevo mirando para la pared, sus dos manitos de almohada y menos mal que le había llevado la campera porque si bien el clima estaba lindo ahí metidas y quietas se sentía un poco el frío que todavía no se quería retirar. No sólo a los humanos nos cuesta esto de despedirnos de la vida, a las estaciones climáticas también se les da por los brotes del ego inflado, aunque ellas en relalidad se retiran al otro lado del globo pero nosotros… Vaya una a saber.

Busqué en donde tirar los restos de la vianda hospitalaria y volví al gabinete; descansaba plácidamente. Podía aprovechar para ir a ver si ya estaba la puta orina. ¿O era demasiado pronto? Demasiado pronto para lágrimas. Lo que quería era irme de ahí y no hay nostalgia peor que añorar lo que sabemos que nunca jamás sucederá: irnos cuando queremos de un hospital en plena pandemia. Volví a chequear que estuviera dormida y salí de ahí a por un poco de aire. Caminé por el corredor de la guardia sin el barbijo puesto, me sentí la llanera solitaria hasta que una enfermera me pidió que me lo pusiera. Me hice la que no me había dado cuenta para no generar encontronazos. Llevé de acompañante a mi teléfono que a veces para algo servía, para saber la hora, para corroborar cuan lento pasa el tiempo cuando queremos que pase rápido. Le escribí a mi tía que no sabía para cuánto más teníamos pero que la Vieja mal no estaba, que se quedara tranquila, a ver si todavía teníamos que correr por dos, una con los desmayos y la otra con el pico de presión por los desmayos de la una. 

La preocupación me carcomía, si lograr que los ineptos del Tornú le hicieran un análisis de orina y uno de sangre bien hechos había costado un triunfo… ¿Un hisopado? Me dejé caer en una parecita del enorme jardínSaqué una galletita que había quedado y di cuenta de ella. Eran las dos de la tarde pasadas. ¿Sería que nos iban a dejar ir? ¿Y si nos dejaban ir a donde la llevaba? Tenía terror de que no, de que nos hicieran quedar para controlarla, y peor, tenía pavura de que me pidieran que me fuera, que la iban a cuidar ellos, si esto sucedía al rato me llamarían, que se había caído y quebrado, pero la otra posibilidad, toda la noche mirando sentada en un banquito que no se quitara el suero, ¿iba yo a aguantar eso y al otro día y al otro sin dormir? ¿Y si se quedaba un mes y medio? 

Hice un poco más de tiempo y enfilé para el laboratorio mientras pensaba en cómo resolver lo del hisopo. ¿Un laboratorio privado? ¡Pero esa prueba tarda mas de dos días! Había pasado ya casi una hora, posiblemente estuviera la orina, y si estaba lo que quedaba por delante era que el médico viera los resultados y ahí preguntaría lo del asunto peor. Me dieron el resultado y ansiosa regresé a la guardia. Ella seguía reposando. Cada tanto amagaba moverse. La tapé bien con el gabán que se le había deslizado para un costado. Controlé que la guía del suero no estuviera tirante y rogué que por un buen rato no le dieran ganas de ir al baño porque era un baile algo complicado esto de que se recostara panza arriba e hiciera fuerza para levantar sus caderas para que yo entonces en el segundo exacto zac, deslizara la chata por debajo para que así pudiera desagotar los asuntos. Era esto más bien una ilusión ilusa porque si le estaban metiendo agua por la vena en menos de lo que cantara un gallo empezaría la danza. Me sentí una hija primeriza. Una idiota. Una inservible. Paciencia. Avisé al chico que ya tenía los resultados. Me pidió la hojita y la metió en una carpeta con el nombre de ella. ¿Y ahora? Ahora hay que esperar al doctor, sentenció, e hizo mutis por el foro. Le iba a preguntar del hisopo pero no me quedó energía.

Continuará…








domingo, 19 de diciembre de 2021

CAPÍTULO 555 "LA PRUEBA QUE NADA PRUEBA"

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En eso me llega un mensaje de whatsapp del hogar, que cómo andaba la cosa, preguntaban, posiblemente por el altercado que había tenido lugar con los remedios. Y vaya a saber una quién había dado mal el dato, ¿el hogar? ¿La médica de la ambulancia? ¿O la del hospital? En verdad era tal el estrés, la presión, el caos bajo el cual nos tenían viviendo hacía meses los infelices del gobierno que un error así, fatal por cierto, podía haberlo cometido cualquiera y era más que comprensible, tanto asistentes como médicos y enfermeras estaban al límite de sus resistencias y corduras, gracias sobre todo a los medios de comunicación y su torturante taladrarnos todo el día con lo mismo: virus mortal, muertos muertos y más muertos. Agregaban en el mensaje que no me olvidara de la PCR para poder volver a ingresar a la residencia. 

Se me paró un segundo el corazón. ¿Un hisopado? Había olvidado este detalle no nimio, la imbecilidad de la prueba diagnóstica para poder regresar, que estaba probado que no probaba nada pero lo mismo la exigen los gobernantes, posiblemente entongados con los laboratorios que, acabo de darme cuenta al subir la foto, le hicieron un LAMP y no una PCR, estafadores. Me quedé unos largos segundos releyendo el mensaje con estupor. Imaginé el incierto destino de nuestras dos almitas inocentes porque ¿cuánto podía llegar a tardar una PCR en ese lugar en ese momento? No me iban a dejar ingresar sin la prueba y la prueba no iba muy pronto. ¿Llevarla a casa? ¿Y si no era yo capaz de atenderla como necesitaba? ¿Y si se ahogaba con la comida? ¿Y si se caía de la cama? Yo no tenía en casa una ortopédica y ella tenía como deporte preferido levantarse de noche y caer. ¿Y si se quebraba la cadera? En el hogar estaba la nochera que pasaba la noche en vilo vigilandola porque ya la conocía. Sentí pánico. Desamparo. Miré a mi madre, con el suerito enchufado en su muñeca pálida, ignorante del mundo que la rodeaba, del drama, de la tragedia, de los sinsabores. 

La verdad era que estar un poco mal del coco, un poco inconsciente en estos tiempos de imbecilidad supina era casi una bendición, sentí algo de envidia en lo más profundo de mi consciencia abrumada, porque en ese momento toda la responsabilidad caía sobre mis hombros. Yo tenía que decidir qué hacer con ella a cada momento. Yo había tenido que decidir, cuando comenzó el baile, si dejarla en la residencia o llevarla a casa. Hora y media con el psicólogo sólo para hablar de eso, no sabía qué hacer. Si la llevaba a casa ¿cómo hacía para ir a trabajar? Yo nunca paré porque soy esencial. ¿Qué hacía si no me dejaba dormir y al otro día tenía que atenderla y trabajar? ¿Cuántos días podría aguantar ese ritmo yo sola? ¿Una persona que la cuidara? Ya había tenido el gusto con la que me terminó haciendo juicio por la nada, además mi madre con su carácter se hacía odiar al rato de conocerse y las muchachas si no se iban le tomaban bronca etc. En el hogar había gente idónea que la sabía cuidar, se turnaban para aguantarla, cualquier emergencia enseguida se daban cuenta y la hacían ver por el médico. Así fue que con una culpa enorme decidí que era mejor por las dos que se quedara allí y hasta el momento no había pasado nada malo salvo los miedos que nos hacían agarrar cada vez que llegaba un mail con la noticia de que alguna empleada había dado falso positivo para a los dos días dar negativo para luego volver a dar falso positivo para a los dos días dar negativo de nuevo para luego volver a dar falso positivo para a los do 

Continuará...


domingo, 12 de diciembre de 2021

CAPÍTULO 554 "EL PAPA A LA VERDAD"

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En el laboratorio al fin me dieron el análisis de la orina, el resultado. Volando caminé para la guardia porque ya estaba más que podrida y me quería ir a mi casa. Lo peor que una puede hacer en situaciones como estas, caer presa de la ansiedad, querer que las cosas sean como se quiere pero se sabe casi seguro que serán todo lo contrario. Exigir a la burocracia estatal que haga las cosas con coherencia es harina en saco roto, y exigir lo mismo a muchos médicos y enfermeras es algo parecido. 

Toqué el timbre y me abrieron rápido. Le di al idiota del mostrador el análisis para que ¿se lo diera al médico? ¿Y el resultado de la tomografía?, pregunté. ¿Ya lo tienen? Tardó unos segundos en reaccionar, como si el sonido viajara por un mar de fango, por arenas pantanosas. Luego, molesto, sin mirarme, me mostró una carpeta. Acá esta todo lo de su mamá, en cuanto los médicos pasen lo van a ver. ¿Y a dónde están ahora?, pregunté, ilusa,  creyendo que con esa pregunta empujaba un poco los acontecimientos, apresuraba el regreso de los doctores dioses. Están haciendo la ronda, respondió el muchacho, sin saberse parte del engranaje del aparato idiota, del aparato odioso y deplorable llamado, como antes dije, burocracia, para el cual sólo son útiles los personajes como él, que no piensan, que no ponen nada de sí, sólo siguen órdenes y la ley del mínimo esfuerzo, como en la banalidad del mal.

Volví al gabinete en donde estaba la ahora protagonista de la saga, la Vieja. En realidad protagonista era ya hacía varios años pero de un tiempo a esta parte se había vuelto la protagonista principal sin pelos en la lengua. Estaba reposando, tranquila, el barbijo por debajo de la nariz. Ya tanto usar la porquería esa se le estaba aplastando el extremo de la misma, su cara tomaba otra forma, la forma pandémica. Las caras toman otra dimensión con la porquería puesta, y las orejas, las narices van mutando sus contornos, un horror, y qué locura, a cinco meses de haber empezado el cataclismo sin retorno por momentos no lo podía creer, personas que caminaban con eso en la cara ya como algo normal y necesario, ignorando que si el virus mentado fuera o fuese realmente algo letal y peligroso esa porquería no les serviría posiblemente para mucho. Pero nadie se informa, nadie lee, nadie sabe acerca de las fuentes fiables de las que informarse. Al igual que los médicos del hospital, la gente le cree al médico de la tele porque desconocen las bambalinas, desconocen que ese médico trabaja para alguien que le exige que hable de tal o cual cosa y, por supuesto, que meta miedo, alarma, escándalo, porque si no lo hace baja el rating y al carajo el médico, el programa y el productor del programa, la Pampa, la China, el ombú. ¡Qué fácil había sido cambiarnos el paradigma, la manera de vivir! 

La mentira no puede satisfacer nuestros deseos, creo que le leí alguna vez a René Girard. JA, diríale si viviera al muy estúpido pero el guacho se murió hace tiempo. La mentira nos llevó a desear el encierro, a detestar al que no acata las órdenes incoherentes de los gobiernos, de los ignorantes de la OMS. La mentira está todo el tiempo delante de mis ojos pero los demás parecen no verla, salvo unos pocos, salvo algunos médicos particulares, pero eso queda para el próximo apartado, que espero no sea tan apartado como este, el más apartado desde que empecé con este blog, casi dos meses o más entre la última capítula y esta, y es que los tiempo pandémicos me retrajeron la pluma. (Pausa larga). De la mentira se vive, Girard. Los católicos prefieren el Papa a la verdad. ¿Y la gente? ¿Qué prefiere la gente? Es más simplona ella, necesita solamente que le vendan algo que más o menos les cierre, sentirse seguros. Y ya. (CAPÍTULO SIGUIENTE)

Continuará...

sábado, 9 de octubre de 2021

CAPÍTULO 553 "Piecitas y solas"

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Con el sabor a sánguche de salame en la boca pensé en la incertidumbre. En cuán poca tolerancia tenemos para soportarla. Necesitamos saber qué sucederá YA MISMO aunque el sucederá sea el año que viene, o en una década, o ya de viejos. O nunca. Eso. En general el sucederá nunca acontece sino las consecuencias del miedo a ello, a que suceda. Acabamos muriendo de consecuencia, no de sucederá. Porca miseria. Es el factor que ha hecho estragos en este año de pandemia, aunque sea imposible de probar, o muy difícil, es el factor que ha hecho la pandemia. Pude verlo de primera mano en el hogar, las asistentes enloqueciendo de miedo, cometiendo errores por el agotamiento, las abuelas no entendiendo qué pasaba, porqué no podían ver más a sus seres queridos, porqué las encerraban en piecitas solas o, a veces, acompañadas. Porqué no tenían más talleres y todos andaban vestidos de astronauta. ¿Aún le quedan dudas de que los miles de ancianos han muerto de protocolo y no de coronavirus? ¡Protocolo, señora! De las normas que obligaron a todos a vivir de una manera inhumana por un virus que ni para los viejo fue amenaza (pude verlo con mis ojos propios, apenas alguna línea de fiebre, algo de tos, Y SIN VACUNA).

Pude verlo también cuando la tele anunciaba el desabastecimiento. La gente yendo desesperada a desabastecer al que venía detrás, porque llevaban en lugar de una polenta diez, en lugar de dos fideos cuarenta. Ellos hacían realidad los deseos de la tele, que vive de cultivar el miedo. El círculo vicioso que pocos ven. Pude verlo en las guardias colapsadas, personas aterradas de tener el virus mortal porque les dolía la panza, o le faltaba el aire, o la cabeza se les partía, síntomas todos de stress, porque no sabían qué iba a pasar, si se iban a morir, de qué iban a vivir, cómo iban a pagar sus cuentas, cómo iban a mantener la empresa y a sus empleados si no los dejaban trabajar. Las guardias colapsadas después de que la tele se encargara de decir que no iba a haber camas para todos. La gente sin aire después de que la tele vaticinara que no iba a haber oxígeno para todos. Círculos viciosos que pocos ven. El stress, cuando los cambios externos son tan violentos como los que vivimos durante el 2020, cuando se extienden a tan largo plazo, mata. El stress aniquila las defensas. Hay libros y más libros sobre ese tema. 

La vieja terminó la comida y cerró los ojos. No me sentía bien, de nuevo, por lo que fui a tirarme al gabinete lindero cuya cama estaba vacía. Por momentos sentía el pánico invadiéndome, el enfermo deseo de desaparecer del lugar sin decir más, que les garuara finito. Si me desmayo qué hacen estos idiotas, pensé. O si me descompongo acá mismo, si me caigo redonda y me tienen que asistir a mí, ¿quién vigila que ella no se quite el suero, que no se caiga de la cama, que no intente bajarse para ir al baño y termine en el piso? Claro. Por eso enfermamos. La enfermedad es lo único que podía justificar que yo no asistiera a mi madre. La enfermedad, la insania mental, las adicciones. Cóctel de justificaciones, antídotos inconscientes varios contra la responsabilidad, que nuestra cultura cultiva apañando al que enferma, y cada vez peor.

Recuperé la sangre en la sesera y volví, pronta, a ver cómo andaba la cosa. Dormitaba, tranquila. Y no hay bien que por mal no venga. Descubrí en ese momento que responsabilizarse de lo que toca hace bien. La frase de almanaque se hacía carne, sucedía en la vida real. La experimentaba en el cuerpo. Me senté a su lado a cuidarla, a hacerme responsable de lo que me correspondía. Me sentí mejor que en el otro lugar, escapando, tratando de evitar lo inevitable, tratando de cerrar los ojos a lo que la vida me ponía delante en ese momento. No se puede. O no podía. Yo. Porque aún descolgando el teléfono sabemos que si algo tiene que pasar, pasará, y eso no nos deja dormir lo mismo. Estando a su lado caerse no podía y esto me tranquilizaba. ¿Será la causa por la cual tenemos en general vidas de mierda? ¿Porque andamos escapando de lo que nos toca? Pretendemos vidas sin cambios, vidas mansas, apacibles, y la vida es todo menos eso. Miré la hora. Ya era posible que estuvieran los resultados del laboratorio, la sangre y la orina. Fijé la baranda de su cama lo mejor que se pudo y enfilé esta vez no en busca de Jesús Quintero sino en busca de lo otro: el fin de la incertidumbre, creyendo, ilusa de mí, que esto significaba irnos del hospital

(Capítulo siguiente)

Continuará...