¿Y por qué te arruinaste?, le pregunto mientras doy cuenta de lo que queda del café. La noche va cayendo en en barrio Santa Cruz, la lluvia amaina. Somos los únicos en el lugar, nadie es testigo del final que de tan cerca ya casi cachetea la mejilla. Me arruiné do vece, recuerda y se ríe. ¡La segunda pué porque la puta idea era buena pero lo actore no! Eran tan malo los tío patendé a la hente que pa traete el café tardaban como demasiao:
Todo eso fue mío, nos había contado nostálgico señalando por la ventanilla, estábamos llegando a Sevilla con Vigorra, pasábamos por el parque María Luisa. Ahí había estado el restaurante Montpensier, uno de los tantos proyectos idealistas y maravillosos en los que se hipotecó Quintero, por amor al arte, por culo inquieto, por ese karma sagrado que no nos permite quedarnos tranquilos en casa, como aconsejaba Pascal. Los mozos eran actores disfrazados de celebridades, vos ibas a tomar algo y eras atendido por Marilyn Monroe. Y al principio fue bien, se llenaba, se puso de moda, pero, como dice Escohotado, las cruzadas fallan porque no ponemos atención a los detalles, o a los actores; así poco a poco otro loco sueño se fue en picada.
Moza del Montpensier |
Salimos del bar. Me deja el paraguas porque sigue lloviendo y sabe que tengo un trecho hasta mi hostal. Y yo ya lo sabía todo esto, lo espantoso de animarse a ir por lo que uno quiere, lo horripiloso de hacerle caso al cartelito de face es justamente esto: todo tiene un final, todo termina. Y está bien que termine, Marina, intento convencerme de que algo bueno hay en las putas despedidas.
Mate de martes |
Continuará...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario