Seguimos mirándonos sin movernos en la arremolinada terraza, ella con sus ojos de pregunta me acaricia el pelo mojado una vez, como si me quisiera mucho, como si yo fuera ese ángel que aparece a veces y nos salva justo antes de caer al pozo. Eso que pasa cuando pasa esto, cuando bajo el efecto de la hierba y las calamidades de la vida te encontrás con una mujer así. Siento que el relato pierde tensión, urge un cambio de ritmo, un misterio, un giro, un Quintero, algo, pero está tan wapa mirándome bajo el cielo que se nos viene encima... ¿El deseo o el deber?
Carajo, pienso, y le propongo entrar pero ella insiste en bajar las macetas que quedan en la medianera. Intentamos con una pero pesa mucho, no logramos moverla. La ayudo a cerrar la sombrilla que el viento insiste en querer llevarse. Ata bien el cordoncito y la dejamos apoyada contra el piso. ¡Coño, coño!, grita de pronto y levanta su pie descalzo. Entre la lluvia, el viento y la noche no veo dos en un burro salvo La Giralda, iluminada a lo lejos. Camina rengueando hasta el alero, se apoya contra la pared y se toma un pie con la mano. Joder, repite. Joder. ¿Te cortaste?, intento ver si sangra. Abro la puerta de vidrio de la oficina y la ayudo a entrar. Corro algunas cosas del escritorio para no mojar el sillón de pana. Ella se sienta encima, estira su cuerpo hasta la luz de lectura y si supiera lo bella que se la ve así…
De pronto se enciende la luz de la escalera a pocos metros de nosotras, ella no ve porque está de espaldas a la sala. (Sigue)
Continuará...
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