jueves, 14 de diciembre de 2017

Capítulo 170 "De cuerpo gentil"

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De cuerpo gentil frente a ellos dos, todavía se olía en el aire la charla subida de tono. Me seguía pillando encima, tendría que haber ido primero al baño pero en fin… Malas decisiones toma una todos los días y por eso se crece y se va ganando experiencia etc: por boluda. Ella ya arrancaba su “día a full”, de nuevo el móvil en la oreja mientras iba poniendo la mesa y si bien la desfachatada nocturna es preciosa la asistente impoluta también tiene su encanto. Vale, vale, sí, repetía enérgica mientras chequeaba datos cada tanto en un formulario. Entonces me vio, nos vimos, se detuvo la existencia. Anoche estuvimos juntas, sí, ¿te acordas? Ninguna emitió sonido. Tenía en el pelo hecho un rodete extraño que le quedaba bien. Me miró a los ojos, como hacen los nudistas, luego bajó por mi cuello hasta su remera de Ecosia y volvió a mis ojos; claro que se acordaba.

Él sentado con veinte diarios diferentes delante marcaba titulares con una birome. Completamente ajeno a nuestra situación, tenía un jugo de naranja a medio tomar y su móvil de números gigantes a un lado. ¿Será que ese cargador sirve para el mío? Ella terminó su conversación por teléfono, dejó el móvil sobre la mesada y se puso a exprimir más naranjas, el aparato hacía un ruido estruendoso. Y yo tendría que ponerme los pantalones, señora, porque ¿quién me va a creer que estuve por desayunar en la colina, en semipelotas, adelante del loco y su muj-- ¿Tú quiere café?, dijo ella. No estaba segura de si me preguntaba a mi o no porque no me miraba. Y ahí me descubrió él, que levantó la vista de El país, él, que supo pregonar en algún video que no hagamos lo que todos si podemos ser geniales. Pero no todos podemos ser geniales. ¿O sí? ¿Qué es ser genial?

Lo saludé con un gesto tímido. No me animaba a moverme. Paradita ahí en la puerta, completamente paralizada. El viento de la borrasca Ana hacía sonar las ventanas que daba miedo. De nuevo. El cielo cada vez más raro. Aquí la tiene, le dijo a ella mirándome las piernas lo más disimulado que le salía y yo automáticamente la miré, porque sabía... Que no se enojara, que él no lo hacía a propósito, que es el instinto que no pudimos ni podremos dominar nunca además que me mirara un poco no significaba que no la quisiera a ella. ¡Y si se busca un loco que no se queje, che! Caminó renga pero ya menos hasta la mesa de madera, me dejó el café en el platito y me miró otra vez, me miró y quizá se acordó de lo de la ducha. Anda que aquí la tiene, pregúntale tú, repitió él y volvió a su diario. (Sigue)

Continuará...


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