Me quedo mirando la pintura, no me atrevo a darme vuelta aunque la música de Amelie suena y suena a pocos pasos de distancia. Dios mío. Quién carajo me manda a mi a meterme en estos bretes. Ahora a la necesidad ya imperiosa de ir al baño, al cansancio que arrastro, a mis bronquios cerrados por el olor a pintura, a que tengo que llamar a mi mamá a ver si vive, a tengo que mudarme de hostal, a que arriban hoy mi agente 99, María José Murillo desde Valencia y el amigo Miguel Fuertes desde Tenerife, la primera es responsable de que yo tenga el teléfono del loco y el segundo culpable de que haya empezado con todo este asuntito. A todo eso se suma la música de su móvil a mis espaldas que, por cierto, crea un clima divino. La gitana me pilló infraganti en su estudio mirando lo que no debo.
Tomo coraje pero aún no me animo a mirar. La música sigue sonando, no me animo porque me voy a dar vuelta, va a estar ella mirándome con eso ojo que tiene y no me voy a aguantar, voy a besar al conflicto de la saga hasta la agonía y que me desnude de nuevo, y qu-- ¿A dónde zaído? Esa voz no es de ella. Me doy vuelta y no, no es ella, es él con el móvil de ella en la mano, enajenado, algo pálido, parece que bajó apurado las escaleras y eso lo aniquiló. ¿Te sentís bien?, pregunto, acercándome. Amelie sigue sonando en su mano. ¿A dónde está?, insiste él. Niego con la cabeza. No tengo idea, estaba con vos... Yo de verdad que necesito ir al b-- Espera, ven, ten, cógelo, cógelo… ¿Eh? ¡Que coja el móvil que etoy eperando un llamao, anda cógelo! ¿Pero y qué digo? ¡Cógelo y luego si é me lo pasa! ¿Si es quién, Jesús? ¡Cógelo! Me da el móvil, está bastante nervioso, como extraviado, miro el display, número desconocido. El pecho me silba, casi no puedo respirar. (Sigue)
Continuará...
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