lunes, 15 de enero de 2018

Capitulo 195 "A qué atenerse"

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Y ya sé que cambio de tono todo el tiempo, de estilo, de muso (culpa de ella), de escena, no me organizo, no me aúno, no me homogeneizo como sabe hacer La Serenísima y encima meto estos comentarios autoriles que interrumpen el clima del relato que tanto cuesta construir pero es que siempre le tuve miedo al climax y la pluma del artista es un poco así, depende de lo que tome, de lo que pase, de lo que escuche de fondo, de a cuantos centímetros la tenga de mi, de cómo me mire y de lo que me haga... Una amiga me había contado que una vez probó con chica y ya no pudo volver a lo otro nunca más porque la chica sabe lo que tiene que hacer, me dijo poniendo sus ojos como de orgasmo, y un poco tenía razón:

Yo seguía abajo de la gitana y no me podía salir aunque la luz lo inundaba todo y suelo tener vergüenza y él se había removido ya dos veces allá en el otro extremo de la cama. No me podía salir no porque no pudiera, no podía por eso de lo certero que nunca me había pasado y yo pensaba que la fallida era yo. Creo que por primera vez estaba paralizada de placer. Mírame a lo ojo, me ordenó, porque yo los cerraba por esto del miedo al climax y me ponía tensa y trataba de escabullirme y de no hacer mucho ruido aunque el movimiento de la cama era inexorable-- Anda miramé a lo ojo, por favor, insistió. Su cuerpo desnudo y transpirado recostado sobre el mío. La miré primero con cierto temor. ¿Temor a qué? Estaba guapísima y cuando me tuvo se acercó lentamente, olé, volvió a decirme mirándome fijo, besándome toda, y no dejó de mirarme nunca con su gesto borracho de gozo. Y así supo llevarme aunque él se volvió a mover, ella siguió, aunque él se dio vuelta y nos miró con sus ojos molestos y confusos y luego protestó y volvió a darse vuelta... Ella me llevó hasta el final, la mare mía... Dormimos abrazadas como hasta las once y yo sentía que no iba a poder soltarla nunca más. Sujetas para siempre.

The modisto´s blue
¿Lomana?, gritó el de la Guardia Civil. Ella y yo seguíamos sin poder separarnos a la vera de la ruta, a unos metros de la batahola de la alcoholemia. ¡Lomana!, chilló de nuevo el tipo, iluminando adentro del auto de la señora tuneada, todavía agarrada a su preciosa carterita. Los otros tres policías que en ese momento interrogaban al resto de los beodos se dieron vuelta. ¿Lomana?, repitió uno de ellos. ¿Lomana Lomana? El modisto de cara pícara lo miró por sobre sus lentes y asintió con la cabeza: es ella, la gran Lomana, la de las revistas, y yo soy Victorio, ¿que no me reconocéis, coño? ¡Y yo soy Lucchino! Las tres cholulas linternas alumbraron hacia el mercedes primero y luego a los modistos y luego al muchacho de moñito, aunque ya era bastante de día. El 31 de diciembre empezaba más o menos así... ¡Y este e el carro del loco de la colina! La cosa se puso alegre, autógrafos, selfies y eso. Y hablando de locos a ella volvió a sonarle el móvil, lo atendió alejándose de mi. Yo me largué a caminar en dirección contraria, no me puse a llorar porque era reiterativo para el relato. Elegía por quien no dejarme romper el corazón y está bien que las cosas tengan final, porque es mejor saber a qué atenerse. (Sigue)

Continuará...

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