Esa mañana antes del lío (mi sonrisa es forzada, la extraño) |
Sonó mi teléfono sobre la mesa: Jesús Quintero llamando. Entré en pánico. Se me cortó la respiración. Empecé a hiperventilar y ahora no estaba mi bella gitana para ayudarme con lo de la respiración, eso me hacía doler el alma una eternidad. Mi amigo nos miraba entre espantado, anonadado, disgustado, admirado y yo, panicosa, intentaba explicarle que a esto había venido a Sevilla y no a papar mosca en tours por el Guadalquivir. ¡A buscar acción y puntos de giro para mi relato! ¡A eso vine y lo siento mucho, te lo juro, por tu cumpleaños!
El
teléfono sonaba sobre la mesa, María José me pedía casi a los
gritos que lo atienda y yo no me animaba porque qué le iba a decir
después de cómo me fui de El Portil sin decir ni mu, después de todo lo que había pasado. Además me temblaba la voz, no iba a poder hablarle. ¡No puedo
hacerlo, María, perdón! ¡Además mirá si la que llama es ella y
no él! MAría tampoco sabía todo lo que pasó, por eso insistía con que atienda. Mi amigo miraba el teléfono, a María José, a mi, intentaba persuadirnos ya algo asustado. La
locura asusta a veces porque no estamos habituados a ella, sí
acostumbramos decir que estamos locos, que tal ha hecho una locura, pero lo decimos sobre cosas que ya están normalizadas como locuras, ¿me comprende? (No) Lo que estáis haciendo no está bien, dijo mi amigo. ¿Pero por
qué? ¡Pues porque el tío no sabe qué estáis haciendo, coño!
¡Estáis jugando con él! ¡No habéis ido de frente! ¿De frente?
¿Qué es ir de frente?, pregunté, sulfurada. Mira, las dos estáis
locas. ¡Coge el móvil, Filoc!, aullaba María José ya desesperada. Alguna que otra persona de mesa vecina nos miró de reojo. (Sigue a pesar de que no tengo mi ipad)
Continuará...
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