El teléfono dejó de sonar sobre la mesa. Sentí un alivio tremendo mezclado de angustia y algún día voy a tener que superar esto de ir tras las aventuras y luego paralizarme cuando las tengo adelante. ¡No es productivo ser cobarde en esta vida! ¿O será la mejor de las opciones? Los tres mirábamos mi móvil (mojado por el ajetreo), ceños fruncidos, inmóviles, en silencio. Mi amiga tenía la frente transpirada. Los comensales vecinos rápidamente volvieron a lo suyo. Yo seria y con abstinencia gitana, el vaso de agua en la mano. María José no me deja escribir porque dice que me estoy volviendo loca, no me deja tomar cerveza, ya dos días que no me deja y si no escribo no puedo estar con mi gitana, no puedo verla, no puedo recordarla, imaginarla, revivirla, abrazarla… No me atiende el teléfono, me dejó el 12 de enero esa notita en el hostal tras golpearme la puerta y se fue sin verme siquiera. Hace ya más de diez días yo había escapado de la colina de SEl Portil de la siguiente manera:
Me estaba volviendo loca, ya no sabía qué pensar de ellos, de lo que pasaba, de mi... Si estaba imaginando o no. Les
dije que me iba a comprar datos de Orange, ellos no tienen wifi en
ninguna colina, él no tiene ni computadora, reniega de la
tecnología, gracias que tiene un móvil sin whatsapp... Y ella,que alternaba a la gitana agreste con la asistente impoluta, había tomado el hábito de usar mi ipad para los mails de trabajo, en lugar de
irse hasta el centro lo hacía desde mi aparato, se había
entusiasmado. Yo le enseñé un poco a propósito porque después, en
la alta noche, cuando escribía, tenía el ardiente
condimento de saber sus dedos sobre mi pantalla. Recuerdo cómo me
miraba el día que le enseñé a usarlo, en un momento me di cuenta
de que ya no me prestaba atención, no escuchaba lo que le decía,
observaba con sus ojos gitanos cómo la miraba al explicarle, cómo
movía mis manos, mi boca, el bretel de mi musculosa (de ella), ya
había tomado el hábito de no usar corpiño porque a ella le
encantaba abrazarme desde atrás, me metía las manos por abajo de la remera y con el dorso de los dedos pulgares, como quien
no quiere la cosa, rozaba mis terrones de azúcar... Y ahí yo ya no
tenía manera de... Ella no me prestaba atención a lo del ipad y
yo me di cuenta enseguida de lo que sus ojos sugerían, no sé si sin
querer o queriendo... Pero no sigo porque si sigo lloro. Les dije que
me iba a Orange y no volví más.
Sermón moralista Obi Wan |
Continuará...
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