Jardín de infantes Murrungato |
Levanté la vista, me había quedado mirándole el torso desnudo mientras me pasaba la crema, me la pasaba como haciéndome el amor con las manos y yo la miraba absorta porque aunque no diga nada estaba teniendo una crisis de identidad que te la voglio dire. Ella es chica, no tiene pelos en el pecho, tiene autoridad pero de otro estilo, protege de otra manera y la noche anterior habíamos estado de titanes en el ring en la cama, en la ducha juntas por segunda vez, ¿me comprende? Y lo más desconcertante era que siempre que alguien me quiso cuidar desconfié, pero a Ella la dejaba. La miré. Había dejado de pasarme el protector, estaba esperando que vuelva de mi viaje astral por sus terrones de azúcar. Me embadurnó la cara con cuidado para no meterme en los ojos, me puso hasta en las orejas con el índice, lo usaba como si fuera un pincelito, y es cierto, de las orejas nos olvidamos y después no podemos apoyar la cabeza en la almohada. De las orejas y de tantas otras cosas...
Sonrió como si me entendiera. Me pasó el dorso de la mano por la mejilla y se recostó sobre la lona boca abajo, desnuda, esperando que le pusiera el menjunje. ¿Ahora yo? Asintió mirándome con sus ojos entrecerrados por el reflejo. Escondió su cara entre los brazos y así se quedó, esperando. Y yo la embadurné con cuidado, le puse mucho en la cintura y en las caderas porque se me iban las manos hacia ahí. Qué bellas somos las mujeres, pensé, y después me recosté sobre Ella. Esas cosas que creemos van a ser muy eróticas porque una se olvida de que pesa más de sesenta kilos, y el pobre que queda abajo aguanta un poco hasta que ya sin aire suplica que nos salgamos, que no da má. Ella no suplicó nada, era demasiado respetuosa para eso, pero pude sentir su respiración cortita y trabajosa. Antes de salirme la agarré de las manos, le corrí el pelo con la boca, le olí la nuca unos segundos y no pude no besársela un poquito, el beso más intenso que había dado hasta entonces; me dejé caer a su lado. Apoyó la cabeza sobre sus brazos, no dejaba de mirarme. ¿Y qué hago ahora contigo?, imaginé que decían sus ojos. No sé, respondí, me lo decía a mi. (Sigue)
Continuará...
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