martes, 27 de marzo de 2018

Capítulo 246 "La procesión va por dentro del iglú"

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Lanchita que nos llevó hasta la islita perdida. Marido y Marina.
Nos quedamos solos los tres un rato largo, lentamente iba bajando el sol. En Alaska casi no hay oscuridad en verano, si teníamos tres horas era mucho e igualmente, si mirás el horizonte, se ve la raya de luz allá a lo lejos. Yo seguía encuriosadísima con los dos exóticos, me hacía la que estaba en otra pero intentaba escuchar qué carajo se decían. Cuchicheaban entre ellos como si no estuviera. Al final salí del agua, me sentí un poco entrometida, además estaba de novia, él me había llevado como su fiancé, eso decía la visa con la que me dejaron entrar a la República de Jorge Arbusto, porque como yo no tenía propiedades, ni cuentas bancarias, ni hijos, ni nada, soy una especie de Kwuai Chan Caine sudaca, nada garantizaba que no me quedara en el Gran Imperio Norte de polizona, así que mi heroico novio llenó miles de papeles para que me dejaran entrar como su prometida. Era amigo de los Pearl Jam, antes de venirme le afané una uña para tocar guitarra, años después se lo confesé.

Los jazzeros impresionantes morfando, Gary miró.
Caminé hasta la cabaña grande y muerta de frío le pedí una toalla a la dueña de la casa, no quería mojar mi ropa. Era una chica rara, tenía todo el pelo blanco blanco y larguísimo. Su piel también era muy blanca, llena de pecas. Tendría alrededor de cuarenta y cinco años pero parecía menos, como una vieja niña Blancanieves. Me habló algo en inglés, que de dónde era, que qué hacía ahí si vivía tan lejos bla bla bla, y al final me invitó a que la siguiera. Claro, yo venía del culo del mundo, era tan o más exótica que la oriental treintañera para ella, una mujer misterio, como todos ellos para mi. Me llevó a su “ranchito", a algunos metros de la casa grande, una pequeña cabaña redonda construida sobre un árbol.

Subimos por una escalerita y entramos al iglú de madera. Había alfombras de pelos por todos lados. La cama era un colchón en el piso, muchas mantas, almohadones por acá y por allá, objetos y más objetos. ¿Y pa qué me trae esta señora acá?, pensé yo, la ingenua de la colina. Rápidamente llegó la respuesta, arribaron los otros dos, Robert Redford y su bella oriental, como si lo hubieran pactado, entraron de la misma manera que al jacuzzi, como panchos por su casa, se tiraron sobre los almohadones y se quedaron mirándome, todos a mi... Se hizo el silencio en el iglú pero ellos sonreían.

PD: Siendo casi las dos de la mañana la Gitana me tiene mirando procesiones por las plazas de Sevilla ¡Odio las procesiones! (Pero a Ella le encantan… y a mi me encanta Ella). (Sigue)

Continuará...


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