Begonia y el Muso de Brazatortas |
Rocío le había estirado la mano invitándolo a la fiesta, yo acababa de hacerle ver a ella la cara de dios, había tenido su pequeña escandalosa muerte porque gritó que te la voglio dire, una escandalosa. Sentada encima mío con las piernas abiertas, su pelo morocho hecho un lío, evito los adjetivos, se entiende porqué, imagino. Yo irreconocible, con cuarenta de fiebre, la piel al rojo vivo pero peleándome igual con mis propias limitaciones. Ella le tendía una mano a Él que de tan pálido parecía la parca (pero no la pequeña), y con la otra acariciaba mi jardín, la dejé que lo hiciera por el despecho y no por otra cosa. Lo miraba a Él esperando que se sumara. Yo no pude mirarlo más, estaba que me moría porque la mano que tiene esta xica e espeluznantemente divina… Y sé que debería evitar el comentario, estos detalles porque lo que quiero ahora es disculparme con Ella por lo del mensaje pero a la vez necesito escribir la verdad, un despelote es esto, me tira de dos costados diferentes. La verdad es que Rocío tiene una mano espeluznantemente divina y la cancha que no tengo yo en saberme explicar, pedir lo que queres que te hagan, lo que te gusta, y se sabe soltar.
Afuera acababa de acabarse entre dos aguas y los alaridos del periodismo
español volvían a escucharse, iban
de mal en peor,
ahora parecían más bien gritos pero no de festejo y felicidad. Sonaban como a que algo estaba pasando, la música se cortó de pronto, apenas empezaba un tema de David Bowie se apagó, se escuchaban los gritos lejanos y mis jadeos, casi imperceptibles, y las palabras subidas de tono que ella me decía al oído. Me concentré en lo mío, en ella, en lo que me hacía, en que
los gritos me tuvieran sin cuidado. La Osada siguió con
lo suyo, Él nos observó un
momento más, su gesto (Sigue)
Continuará...
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