domingo, 26 de noviembre de 2017

Capítulo 156 "El beso de la desgracia"

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¿También tiene un gato?, pregunta cuando estaba entrando en trance, casi por darle un beso cerca de la oreja. Me detengo. ¿Gato? Suelto una carcajada. La miro. Ella está agitada, seria, drogada, el pelo seco y revuelto por el viento que cada tanto entra a bocanadas por las distintas ventanas. Se da cuenta de que lo que dijo es gracioso porque yo me río. Se ríe conmigo. Se ríe loca, eso me invita, me desquicia. Sin pensarlo le doy un beso cortito, casi en la comisura. Se escucha un ruido fuerte en el piso de arriba, algo se acaba de volar al demonio. Un trueno hace temblar el piso entero. Ella se sobresalta. Mira hacia la puerta. Entonces le tomo la cara, le doy otro beso, ya en la boca y así nos quedamos breves segundos.

Apoya sus manos en mis hombros, me aparta. Perdón, le pido alejándome. Sus ojos avergonzados, vidriosos por la droga y el cansancio. Reacciono. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy haciendo? No, no, no.... Esto es una locura, Marina, además él está arriba y ella se supone que estaba enojada conmigo, no sé por qué carajo me trajo a la colina pero seguro que no para esto... ¿Cómo llegamos hasta acá, doctor Freud? Encima es un riesgo terrible, como escribiente le hablo, porque concretado el beso luego la tensión del relato baja y es un despiole mantener la expectativa suya de usted, señora lectora, porque si ya se besaron… ya está. Así que en realidad lo que me conviene acá, mal que me pese porque ella está preciosa, es que--

Cómo se quiere a una gata
Entra otra bocanada de viento arremolinado, uno de los bastidores del cuadro que se secaba apoyado contra el sofá cae de cara sobre la alfombra. Ella pega un salto. Sale corriendo mientras putea a los cuatro puntos cardinales. El viento sigue volando cosas, sus papeles se desparraman por la pieza. Levanta el cuadro lentamente, con desesperación, mientras yo ayudo recolectando hojas. La alfombra es de varios colores entonces no se nota tanto pero en el cuadro sí se nota el altercado. Me acerco con papeles arrugados en ambas manos. Ella mira el cuadro. Despega pelitos con cuidado de la pintura fresca. No sé cómo consolarla entre el torbellino del beso, el torbellino del viento... Quizá se puede retocar, opino ignorante. Me mira. Suspira angustiada. Toma los papeles de mi mano. Le suena el móvil que quedó sobre la cama. Lo busco. Miro la pantalla, es de nuevo él, supongo que desde el piso de arriba. Se lo llevo. Lo mira. Niega con la cabeza. Que no doy má, confiesa mientras intenta desarrugar los papeles. (Sigue)

Continuará...

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