Me dio permiso para subirla, parece que le gustó ser persona/ja |
Una sola vez en mi vida había estado en una situación parecida, en Alaska. Era el cumpleaños de un amigo de mi novio newjersino, tomamos una lancha por la mañana y después de navegar un rato llegamos a una islita perdida en el Sitka Sound. Comimos, festejamos, tocamos, casi todos eran músicos, músicos de Jazz impresionantes. Recuerdo que adentro de una cabaña, la cabaña del tío Tom, empecé a tocar en una guitarra los acordes de “Cerca de la revolución”, de Charly García, primero tímidamente. Los viejos jazzeros pararon las orejas, empezaron moviendo sus pies, después sus cabezas, luego agarraron sus instrumentos y se largaron a seguirme, el ritmo nos arrastraba, contrabajos, violines, piano, percusión casera, y casi terminamos rompiendo las paredes. ¡Yeah!, exclamaba alguno de ellos cada tanto.
Luego algunos pocos osados nos animamos a meternos en un jacuzzi que había afuera, el clima de Alaska en junio es como el otoño, no hace frío y el agua de los jacuzzis es calentita. Estábamos en paños menores y en eso llegó una pareja, una pareja hermosísima, arribaron en cayaks, los estacionaron en la orilla. Él era Robert Redford, sesentón, rubio, curtido, rústico, y ella una oriental treintañera, exótica, bellísima. Ahí nomás se pusieron en pelotas, significa que se quitaron la ropa de neoprene que llevaban y se metieron sin preguntar nada en el jacuzzi. Nunca entendí si habían alquilado el lugar o de dónde habían salido porque hablaban todo en inglés y yo entendía lo que se me daba la gana, como siempre. Uno a uno los amigos de mi novio fueron saliendo del agua muy graciosamente, disimulando la vergüenza, y nos quedamos solos los tres. (Sigue)
Continuará...
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