jueves, 8 de febrero de 2018

Capítulo 214 "Rocío"

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Cuatro segundos y me dejó de mirar. Así que yo ya estaba indigestada, ya me tapaba el agua, ya me había comido el florón, el garrón y el muro de los lamentos. Y la pata la metí en Punta Umbría, cuando dejé que me arrastre por segunda vez a la ducha infernal, cuando me dejé llevar por la telenovela, me enternecí porque se había venido a acostar en MI cama y no en la de Él, me pasa por mirar tanta tele. Afuera hacía un frío espantoso y por primera vez en varios días reinaba el silencio en la colina. Era la madrugada. Me habia besado como loca en la ventana y de ahí me arrastró hasta el baño. El agua tibia nos mojaba todas, como en la terraza la noche de la borrasca. Me puso sin perder tiempo el jabón en la mano, casi desesperada, me abrazó y así se quedó, apretando su cuerpo contra el mío, esperando que se lo hiciera. Gitana hermosa... La agarré de los pelos con firmeza, dejó caer su cabeza hacia atrás, entregada, la miré a un centímetro de distancia, Me di cuenta de que se estaba aguantando el llanto y yo sabía que no era por mi, era por Él, y a mi se me rompía el alma. La besé apenitas en la boca. Quería consolarla pero no podía porque su despecho era por alguien más, sólo él podía calmarle la pena y no había nadie que me la pudiera calmar a mi en ese momento. Sabiendo que no era mía apoyé el jabón en el nacimiento de sus caderas, vi cómo los ojos se le perdían, cómo se dejaba caer sobre mis hombros. Se le escapó un quejido, quejido de gozo. Ay... Su cuerpo caliente temblaba. Y recuerdo que en medio de la faena me acordé de la morocha. De la morocha y de él:

¿Qué tiene tú aquí, argentina?, preguntó la de pelo negro, era muy muy linda y bastante alegre, quizá porque estaba borracha, su pregunta me regresó a la previa de la Nochevieja, a mi angustia porque Ella se había ido, al barcinonense y a sus diálogos interesantes. Me señalaba la cara, la morocha. ¿Que é lo que tiene? Jesús y Enrique miraron. ¿A dónde?, respondí, y me pasé la mano a ver si tenía sucio. No, no, aquí, guapa, volvió a decir ella, y me acarició con el dedo índice la frente de un lado al otro, lentamente, como jugando a seguir mis líneas de expresión. Jesús soltó una carcajada borracha. Yo no me movía y tampoco dejaba de mirarla, desconcertada. La osada muchacha con onda caribeña tenía un enorme sombrero de paja, remera musculosa bien escohotada y con estrellas, y un shortcito muy muy corto y desparejo a propósito. Se aguantaba el fresco estoicamente, todo porque quería mostrar las piernas que por cierto estaban muy bien tonificadas. Bajó con su dedo por mi entrecejo, siguió el perfil de mi nariz y llegó por el costadito hasta mi boca. Ellos miraban absortos y a punto de excitarse. Y si les digo que no me costó unos largos segundos reaccionar les mentiría pero huye del dolor, busca el placer, decía Epicuro, así que no me amedrenté:

Le quité el vaso que tenía en la mano, haciéndome la que estoy acostumbrada a estos tonos orgiásticos que me rodeaban. Me tomé todo lo que quedaba, sin dejar de mirarla y al terminar le guiñé un ojo, sintiéndome la más desfachatada del mundo. Era un cóctel de frutas con alcohol, en realidad era alcohol con una o dos frutas, me lo tomé todo casi sin respirar y lo dejé en la mesa. Olé, exclamó el loco, volvía a mirarme las piernas, como la mañana de la borrasca cuando la Gitana todavía estaba contrariada por mi presencia. Enrique pidió disculpas, se levantó y se fue, supuestamente a buscar algo para tomar. Después me iba a enterar de que el hombre es casado y su señora mujer andaba por ahí pululando y es sabido que, cuando los maridos o las maridas andan cerca nos está vedado ser felices… Eran las diez de la noche, la última noche del año, el sol ya se había puesto en El Portil. Ella se llamaba Rocío. (Sigue)

Continuará...

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